Jorge quería un carro. No tenía ninguno. Su vecino Miguel
tenía cinco. Como Jorge es economista concluyó que robarse uno de los cinco
carros de Miguel era económicamente eficiente y generaba bienestar.
Para ello Jorge aplicó la ley de rendimientos decrecientes.
Según esa ley, llegado cierto punto, unidades adicionales de un bien generan
una utilidad marginal decreciente.
¿Qué quiere decir eso en castellano? El primer carro de
alguien le genera mucha utilidad a ese alguien, pues pasa de no tener movilidad
a tener alguna. Un segundo carro también le genera utilidad, pero menos que el
primer carro. Puede tener el segundo carro por si el primero se descompone. El
tercer carro genera una utilidad aún menor que el primero y menor que el
segundo, pues es poco probable que se descompongan los dos primeros carros. El
cuarto quizás no se use nunca y sea sólo para impactar a los amigos. Y el
quinto ya será capricho de coleccionista.
Ésa es la base de nuestro ladrón economista. Si le roba el
carro a Miguel, estará mejor. El rendimiento marginal de ese mismo carro, en
manos de Jorge, es mayor que el que tendría como quinto carro de Miguel. Por
ello el robo de Jorge sería eficiente y el juez que lo juzgue debería liberarlo
de la cárcel. Su robo mata dos pájaros de un tiro: genera eficiencia y
“justicia social”.
Este ejemplo se podría aplicar a cualquier bien. Si acabo de
cruzar el desierto estoy dispuesto a pagar mucho por un vaso de agua (su
rendimiento marginal es alto). Quizás pague mucho (pero no tanto) por el
segundo, porque mi sed habrá disminuido. Algo similar pasará con el tercero. El
cuarto, una vez saciada mi sed, tendrá menor rendimiento, pues lo usaré para
lavarme. El quinto aún menos, pues se lo daré a mi caballo. Y el sexto, que
usaría para jugar carnavales, tendrá un rendimiento marginal cercano a cero.
Tuve una interesante discusión en el Twiter con mi buen
amigo Enzo Difilippi sobre este tema. Y doblemente interesante porque
usualmente es a los abogados a los que nos toca defender a los ladrones (mala
fama de la profesión le dicen) y no a los economistas como Enzo.
El tema se centró en las supuestas eficiencias del Impuesto
a la Renta y su presunta superioridad sobre los impuestos que gravan el consumo
(como es el caso del IGV o el Selectivo al Consumo).
Si se dan cuenta, el fundamento del Impuesto a la Renta es
similar al del caso del ladrón economista. Los que tienen más plata valoran
menos sus últimos soles. Los que tienen menos sólo tienen primeros soles. Por
tanto, si tomo el dinero de los que más tienen, se los quito, y se los doy a
los que menos tienen: paso el dinero de un uso menos valioso (el de los ricos)
a un uso más valioso (el de los pobres). Igualito a agarrarse los carros de
Miguel. Una historia a lo Robin Hood, donde robar se justifica en nombre de la
“justicia” y de la “eficiencia”.
Y para ser más efectivo se les ocurre a los tributaristas
una idea aún más perversa: la tasa progresivo. La tasa de lo que quito crece
conforme tienes más renta.
Así funciona el Impuesto a la Renta, que se pone de moda en
estos meses del año cuando nos esquilman sin piedad por cometer el pecado de
haber sido productivos. Cuanto más productivo seas, más te pego (o más
“contribuyes” te dirá, eufemísticamente, la Sunat).
La cantidad de errores conceptuales y económicos en los que
se basa el Impuesto a la Renta tal como lo aplicamos son tan obvios que no se
ven. De hecho es un impuesto relativamente popular (lógico, lo pagan unos
pocos).
Pero crea muchas distorsiones, varias de las cuales afectan, aunque no parezca, a los más pobres.
Pero crea muchas distorsiones, varias de las cuales afectan, aunque no parezca, a los más pobres.
En primer lugar nos dirán -como me dijo Enzo- que cobrar
impuestos es diferente de robar. Me pregunto dónde está la diferencia con el
ejemplo del ladrón economista. El Impuesto a la Renta grava el derecho de
propiedad adquirido con mi esfuerzo y habilidad. Es decir grava la adquisición
de propiedades. Es quitarme algo mío de manera tan abierta como entrar a mi
garaje y llevarse mi carro. La única diferencia es que el ejecutor de la Sunat
tiene una autorización legal para romper la puerta. Pero si la justificación de
estar por ley fuera suficiente, entonces las leyes de Chávez para agarrarse las
viviendas de unos para dárselas a los otros están también justificadas.
Enzo contestó que era diferente porque por los impuestos uno
paga por un servicio que recibe: los bienes y servicios públicos que brinda el
Estado. Eso no es verdad, al menos de manera tan simple. Quizás el razonamiento
se aplique a ciertos tributos, como el arbitrio para que recojan la basura o la
tasa para que te emitan tu pasaporte. Pero en el Impuesto a la Renta se paga
para financiar servicios que no va a recibir quien paga, sino otros que no lo
pagan. Y si de calidad se trata, son servicios bastante caros para lo que dan.
No hay una relación directa entre el uso de una calle o el aprovechamiento de
la seguridad que te da la policía y el monto que pagas por Impuesto a la Renta.
Cuanto más rico seas, menos de lo que pagas es por servicios que recibes.
De hecho el principio general es que por los servicios uno
paga voluntariamente. Por eso la base del constitucionalismo está en que sean
quienes pagan (a través de sus representantes y no los fantoches que llenan el
Congreso) quienes aprueben los impuestos. Tanto es así que en los orígenes
había una cámara donde estaban los representantes de los contribuyentes, que
tenía que aprobar los impuestos que les iban a cobrar.
Así que, a fin de cuentas, el Impuesto a la Renta es una
afectación de la propiedad que se pretende justificar en la ley de rendimientos
decrecientes. Pero nunca perdonamos a un ladrón con el argumento de que genera
con su robo mayor utilidad marginal.
En segundo lugar, el impuesto progresivo castiga el
esfuerzo. Cuanto mejor haces las cosas, más pagas. Y con ello reduce la
productividad de la economía. Es como colar plomos a las zapatillas de los
atletas conforme se vuelven cada vez más rápidos.
En tercer lugar el Impuesto a la Renta termina afectando a
los más pobres. Todos tendemos a gastar nuestros primero soles en consumo. Si
no tenemos suficientes soles, quizás no podamos cubrir una canasta básica. Y
nadie puede consumir más de lo que se produce, y nuestros sueldos dependen de
la productividad y nuestra productividad depende de la inversión en capital
humano y en capital a secas (ver sobre este punto mi post Las lecciones de las
cucharitas y los indignados publicado el 24 de octubre del 2011).
Ésa es una de las razones por las que valoramos más nuestros
primero soles: los usamos para cubrir nuestras necesidades. Usualmente lo que
invertimos y ahorramos provienen de nuestros últimos soles. Por eso los ricos
ahorran o invierten más que los pobres: tienen más “últimos soles”.
Cuando el Impuesto a la Renta te quita tus últimos soles,
reduce tu capacidad de ahorro y de inversión. Claro que nos dirán que no
importa porque el Estado usa ese dinero para invertir. Por supuesto, pero el
rendimiento de la inversión pública es menor que el de la inversión privada y,
por tanto, genera menos productividad. Si no veamos el papelón del Estado no
pudiendo gastar el dinero que ya sacó de nuestros impuestos por su incapacidad
para ejecutar gasto
El Impuesto a la Renta grava los ingresos no destinados al consumo, es decir, precisamente, lo destinado a la acumulación de capital que se vuelca a la inversión y que empuja la productividad. Y la aplicación de tasas progresivas agudiza el problema.
El Impuesto a la Renta grava los ingresos no destinados al consumo, es decir, precisamente, lo destinado a la acumulación de capital que se vuelca a la inversión y que empuja la productividad. Y la aplicación de tasas progresivas agudiza el problema.
Al reducirse la inversión se reduce el capital invertido en
aumentar la productividad. Y ello a su vez reduce los salarios, cuyo nivel es
consecuencia directa de la mayor o menor productividad.
El Impuesto a la Renta no reduce la capacidad de consumo de
los ricos (la mayoría de millonarios tienen mucho más dinero del que pueden
gastar en sus necesidades personales o familiares), sino su capacidad de
acumular capital destinado a inversión. Por tanto castiga la productividad y
con ello castiga el consumo de los más pobres que ven sus sueldos disminuidos.
Y como usualmente los ingresos por Impuesto a la Renta no
son tan importantes como los de otros impuestos, el resultado es una
recaudación baja en relación con la afectación de la capacidad de consumo de
los asalariados.
Por supuesto que me dirán que si el Estado invierte bien, también generará productividad. La verdad es que me gustan las historias de ciencia ficción, pero no financiadas con mi plata.
Por supuesto que me dirán que si el Estado invierte bien, también generará productividad. La verdad es que me gustan las historias de ciencia ficción, pero no financiadas con mi plata.
Los únicos impuestos justificables son los necesarios para
generar bienes y servicios públicos de calidad. Todo lo demás que nos cobren
es, simple y llanamente, un robo.
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